El más venenoso de mis enemigos, un renacuajo de ojos verdes, se ufanaba de su mujer como de la casta Heliodora. Pero llegó el día en que mi melodiosa y templada flauta la sedujo. La mujer abandonó al renacuajo y con su niña de brazos marchó tras flautas más dulces y mejor templadas que la mía.
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